Relato de un aventón, parte 2





Se acercaban las doce del mediodia y ahora sí había que replantearse seriamente las medidas a seguir. Ya que vivir ahí no parecía del todo convincente. 
Habían pasado 4 horas en las que además de un par de motos, el descorazonado del camión y dos o tres autos que iban en sentido contrario, la ruta la tenía solo para  él. 
Necoclí, el pueblo de donde venía, estaría a unos cuatro kilómetros, que no los volvería a caminar bajo ese fusilante sol. Y San Juan de Urabá el próximo pueblo más cercano, se encontraba a unos 40 kilómetros. La decisión era fácil, derretirse caminando hacía Necoclí o derretirse ahí sentado. Ya bastante agotado, acalorado y con ganas de creer en algún dios que le regalase una moto o por lo menos un litro de agua fresca, decidió esperar un poco más, no sin recriminarse casi como si fuese el peor error de su vida, no haber tomado el micro de las 9 am. "Por $70 barras ($70.000 pesos colombianos) de mierda te está pasando todo esto", se decía una y otra vez, como si en ese juego de acusación, encontraría el consuelo de su desdichado plan.
Cuando estaba por sentenciar a silla eléctrica a la estúpida neurona que había decidido que hacer dedo, un martes, en aquella encantadora pero cuasi abandonada ruta, era la aventura que necesitaba aquel joven, vió a lo lejos un bus, ¡sí! una buseta, como se las conoce en Colombia, que no solo venía en la dirección indicada, sino que venía desacelerando  como si adivinase la fatigable situación por la que estaba pasando y disfrutase de la jugosa cifra que podría exigirle teniendo en cuenta lo desventajoso de la situación. Así y todo, el pibe no se apichonó, sabía que si se doblegaba le cobrarían un ojo de la cara, y no solo había esperado cuatro horas como un pelotudo, sino que también iba a pagar de más. Así, como si estuviese en el mejor momento de su vida, con una tranquilidad casi creible, se paro a recibir a la buseta. Esta freno exactamente con la puerta enfrente a él, como si esa exactitud sería motivo también de elevar la cifra a pagar. La puerta se abrió y se encontró cara a cara con el cobrador, y en ese momento ambos entendieron dos cosas con solo mirarse, ni el cobrador le quería cobrar de más, ni él iba a pagarlo. El parcero habló:

- ¿hasta donde vas?

- para Cartagena - respondió el flaco

- nosotros vamos solo hasta Montería (unos 150 km) , te podemos llevar ahí por veinte mil pesos y de ahí tenés 300 km más a Cartagena. 

No estaba mal el precio pero eso era lo que costaba en la terminal, y no había pasado esas cuatro eternas horas sin un mínimo premio al esfuerzo. 

- no llego amigo, tengo diez mil nada más, no me dejes tirado - le dijo el flaco, con un tono solemne pero firme.

- bueno subí - le contesto amablemente el  parcero. 

Con un gesto de alivio y de una satisfactoria alegría, dejó la mochila adelante, le agradeció de corazón y se acomodó en uno de los asientos del fondo.
No eran los pocos pesos que se había ahorrado, lo que le generaba esa alegría, sino, entender que la buena voluntad te da la mágica posibilidad de encontrarte con gente que todavía, de manera desinteresada, te da una mano.

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