Relato de un aventón, parte 1
Sentado sobre la sencilla construcción de cemento, que servía como desaguadero, de aquella desolada ruta, pero con una sin igual belleza, se encontraba aquel joven.
Miraba impaciente hacia la izquierda intentando vislumbrar algún vehículo que se asomara por aquella lejana curva con la suficiente buena voluntad de frenar y ofrecerle un asiento para él y su mochila. Pero nada más que ruta, rodeada de un impactante verde, había allí.
El pibe de no más de un metro noventa de altura, de cabello un tanto castaño, bastante crecido y revuelto, dado que la caminata hasta ese punto con una mochila a cuestas no había sido nada refrescante. Retratado en sudor, abatido, el flaco sentía que por ahí no pasaría nadie, nunca. Sin contar alguna que otra moto que reducían bastante la velocidad al pasarle por al lado, más por la sorpresa de ver a alguien en esa insólita situación, que para brindarle alguna ayuda. Acechaban ya las 11 del mediodia, con un peligroso y potente sol, que hacía que la sombra en donde se refugiaba, solo calmase en un mínimo porcentaje el calor que se venía venir. El agua no faltaba mas tampoco sobraba, dado que su termo de 750 cc estaba casi por la mitad. Es que las primeras 3 horas había intentado amortiguarlas a sorbos de agua y algunas galletas que tenía por ahí.
Entre tanto fantaseaba con la posibilidad de quedarse a vivir por allí, un tanto absurda pero entretenida, escuchó a lo lejos un vehículo que se aproximaba. Rápidamente, como si de su velocidad dependiese que ese móvil frenase, se puso de pié, estiró su brazo, cerro su puño y apunto el dedo pulgar en el mismo sentido que venía ese camión. A medida que ese monstruoso camión de carga se acercaba, decidió cambiar de estrategia y probar la súplica como un segundo paso más convincente. Poniendo sus manos en posición de "por favor" y colocándose a la luz mortifera del sol, como si eso produjera un sentimiento de lástima más intrínseco en el conductor, casi le rogó que frenara. El camión venía a la marcha y cuando este estuvo a unos veinte metros de él y entendió que ni había bajado la velocidad, ni tenía intención de frenar, se dio media vuelta y entre fastidio y algunas puteadas se volvió a sentar en lo que de momento parecía su nuevo living desaguadero.
Miraba impaciente hacia la izquierda intentando vislumbrar algún vehículo que se asomara por aquella lejana curva con la suficiente buena voluntad de frenar y ofrecerle un asiento para él y su mochila. Pero nada más que ruta, rodeada de un impactante verde, había allí.
El pibe de no más de un metro noventa de altura, de cabello un tanto castaño, bastante crecido y revuelto, dado que la caminata hasta ese punto con una mochila a cuestas no había sido nada refrescante. Retratado en sudor, abatido, el flaco sentía que por ahí no pasaría nadie, nunca. Sin contar alguna que otra moto que reducían bastante la velocidad al pasarle por al lado, más por la sorpresa de ver a alguien en esa insólita situación, que para brindarle alguna ayuda. Acechaban ya las 11 del mediodia, con un peligroso y potente sol, que hacía que la sombra en donde se refugiaba, solo calmase en un mínimo porcentaje el calor que se venía venir. El agua no faltaba mas tampoco sobraba, dado que su termo de 750 cc estaba casi por la mitad. Es que las primeras 3 horas había intentado amortiguarlas a sorbos de agua y algunas galletas que tenía por ahí.
Entre tanto fantaseaba con la posibilidad de quedarse a vivir por allí, un tanto absurda pero entretenida, escuchó a lo lejos un vehículo que se aproximaba. Rápidamente, como si de su velocidad dependiese que ese móvil frenase, se puso de pié, estiró su brazo, cerro su puño y apunto el dedo pulgar en el mismo sentido que venía ese camión. A medida que ese monstruoso camión de carga se acercaba, decidió cambiar de estrategia y probar la súplica como un segundo paso más convincente. Poniendo sus manos en posición de "por favor" y colocándose a la luz mortifera del sol, como si eso produjera un sentimiento de lástima más intrínseco en el conductor, casi le rogó que frenara. El camión venía a la marcha y cuando este estuvo a unos veinte metros de él y entendió que ni había bajado la velocidad, ni tenía intención de frenar, se dio media vuelta y entre fastidio y algunas puteadas se volvió a sentar en lo que de momento parecía su nuevo living desaguadero.

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