A TI

A veces, uno suelta este tipo de cosas. Y aquí se los regalo. 

Desde Palomino, La Guajira, Colombia.



Noches eternas, cuartos oscuros, mentes voladas, charlas intensas. Palabras como flechas a través del viciado aire, producto de ese cementerio de puchos, que se iban consumiendo casi al mismo tiempo que la alegría.
La birra, y hasta un poco de whisky, acompañaban esos intensos encuentros de aquellas dos almas desoladas, pero ciertamente puras que se encontraban entrelazadas por esa insolente casualidad de haber coincidido entre tantas millones de personas. Allí estaban, creando sin saberlo, esa conexión que los mantendría unidos no solo en cuerpo, sino en mente.
Y cuando las palabras se volvían ecos, la piel empezaba a hablar, y el sudor como trazos de ríos recorría vertiginosamente los cuerpos acalorados y descontrolados de aquellos dos amantes insignificantes para el mundo, pero inmensos frente a los ojos del otro.
Peligrosas sesiones atemporales de lujuria, amor, pasión y locura, en donde se revelaban inconscientes, los secretos más profundos.
Y allí donde todo era incierto pero hermoso, definitivamente hermoso e intenso, e  increible. Ella conocío todos sus miedos, sus verdades, sus lugares más oscuros. Su inteligencia y su inmadures. Ella lo abrazó, lo contuvo, lo volvió loco, lo cuidó, lo entendió, lo volvió loco. Aceptó sus vicios, sus problemas, sus locuras, sus iras. Aceptó todo lo que era. Y ese todo, la volvió loca a ella. Y ahí entendió que nunca  más podría escapar de esa piel, de esa mirada, perdida pero penetrante, de esas charlas eternas, casi sin sentido pero que lo explicaban todo, de esa mente que tanto caos le generaba. De esos besos que se volvían más apasionados a cada encuentro y creaban, imperceptible, ese lazo eterno.
Tan fuerte y peligrosa se volvió esa unión, que el miedo se apoderó del amor y llegó el día, que fue más sencillo decir "adiós" que "te amo".

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